Irene me quisieron llamar al nacer,
pero ese no es mi nombre verdadero.
Dicen que al salir del vientre de mi madre
dije: -abba!- que es padre en hebreo.
De la existencia me quedo con el silencio,
con su siniestra sombra,
mi amable compañero.
Si todos estos años me ha acompañado
que me acompañe también en la muerte,
sólo deseo
que a su lado se acueste.
Con un hilo tembloroso
y su presencia lúgubre
cada luna me acompaña
tras el rumor de tu ausencia
eterna y reciente,
sombría, resplandeciente.
Aun recuerdo en el crepúsculo
lo que compartimos
mis labios de rojo vino
tus ojos de llama chispeante.
Dime, cuántos tic tacs de este viejo reloj
harán falta
para que vuelvas
limpio y nuevo
como viniste.
Si como ayer vinieras
te haría de rosas y nenúfares.
Si tu ausencia retumba
como lápida en la tierra
te inventaré en silencio.
Recrearé tu pelo,
tu inmensa sonrisa...
tus largos dedos
tus manos de estalactita.
Por eso, como llegaste,
de luz y de amapola,
insertate en las sombras,
que ya no lloraré.
Sólo caminarás conmigo
porque nunca te fuiste.
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
ResponderEliminarNo, es así.
ResponderEliminarAys, hermanita, si es que vas un paso por delante siempre, tu cabecita...ya me lo explicarás bien para que me entere yo. BESOS.
ResponderEliminar