No se si eras un ángel,
quizá un geniecillo o un extraterrestre.
El caso es que me raptaste.
La luz de una extraña estrella te guiaba.
Tus dedos trazaban suave el carmín de mis labios
y mi piel marfil sobre el verde cobalto extasiado.
Tomé los libros, las canciones y la pluma,
escapé al norte.
La huida fue ardua,
en tu nave inexpugnable me embarqué,
con una barquita de metal de alas rotas
y acabé un despertar confesando mi amor.
Un ojo de abismo en el cristal,
cegada de ilusión,
ruedas de cuchillos, cielos abiertos...
Hierba peligrosa.
La cara de la muerte.
Silencio, sólo el silencio.
Las ventanas abrieron
cielos nuevos,
colores infinitos, espirales,
allí en el norte me volví a encontrar.
La niña recordaba el índigo, el cadmio, el cerúleo,
dejó su rastro,
mas él no estaba
pero su sombra le acompañaba.
Aquella niña del esqueje en la costilla
bailaba desnuda.
Sus ojos se abrían de par en par.
Cantaba, cantaba, con su voz quebrada.
Más nadie parecía escuchar.
Tus bellas manos tejían con hilos trémulos y firmes
los finos huesos de la joven,
aquella loca que danzaba sin fin.
Aquella cuerda de fino hilo
se desmoronaba...
suave el algodón de tus dedos acariciaban su perfil.
Abre los ojos, escuché.
De nuevo entre ciegos...
Silencio.
Nada importante acontecía,
los años pasaban y ella seguía
aferrada a su sueño.
Esto es el sueño!! le decían todos.
No tienes más que abrir los ojos!
Pero sin sus manos no era lo mismo...
Así que partió a su planeta,
nada se lo impediría.
Las amapolas seguían sangrando sobre el papel impoluto.
Los pájaros llegaron, piaron, cantaron
sus trémulos labios movían a su son.
Las campanas sonaron una, dos, tres...
Hasta dejarla sorda!
Una noche ultramar entre tinieblas
una extraña mueca encontró en su rostro.
Por fin de nuevo cara a cara.
Un terrible miedo la dinamita en sus pies explotó.
Ella se abalanzó al abismo, al mismísimo agujero negro,
muy lejos...
Tremendo fue el desamor,
tremenda fue la caída.
En un café pasó las horas,
pero él no apareció.
Ella escapó,
- no volverá jamás - se dijo el extraterrestre.
Mas el tiempo hizo de las suyas,
tejían sus labios
blanco roto sobre amapolas que ardían.
La risa de él desencajada por los años.
La de ella hermosa todavía.
- Volverá,
volverá directa a mis brazos. -
Hoy ella espera en una celda de su nave
para encontrar en sus manos delicadas,
que tejen a la luz de las estrellas la inmensa melodía,
la luz de la estrella que se les arrebató un día,
la luz de la estrella que cada noche les inunda.
Si bajo la luna blanca y mortecina,
aquella luna bajo la que ella prometió su amor,
se reencuentran,
se romperá el hechizo.
El extraterrestre podrá acariciar
su tez blanquecina,
y dejará de acariciar el lienzo
en cuyos tejidos
sus ojos se le clavan como cuchillos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario