viernes, 7 de diciembre de 2012

La noche en que conocí el verdadero infierno

Más que los actos infames
me duele la mezquindad
la indolencia
impavidez
hacia aquellas personas de alma sensible
aquellas personas que sienten pasión
con todo aquello que hacen
que no se contentan con respuestas monosilábicas
ni con hechos vacíos de sensaciones

He de decir que creía conocer el infierno
y todo aquello que lo envuelve,
y digo creía conocerlo
porque en realidad estaba equivocada.

Pero el verdadero infierno
lo conocí anoche,
una noche en que el silencio se hizo eterno,
en que las palabras retumbaban más vacías que nunca,
ecos que conducían al averno
en cuyas cavernas
tu despiadado imperio de perfidia
se extendía sobre la multitud subyugada
a la farsa de tus movimientos
Cada uno de ellos magistralmente tejido,
he de reconocerlo

y mis antiguas sospechas,
consumadas ahora en congoja
oprimían mi pecho,
asestándole interminables puñaladas

Sin embargo,
el tiempo me ha enseñado
a reconocer el descaro,
las maniobras hipócritas de un espíritu desalmado
el miedo que rezuma a través de sus entrañas
y desmantelé tu infamia,
creyéndome presa de mi propia trampa,
te despojé de tu pérfida máscara
mostrando así tu verdadero rostro,
un rostro exento de sustancia
cuyos orificios exhibían
infinitas y ondulantes cabezas de reptil

Ahora sé que este es el verdadero infierno,
ver a la persona que creías amar
transfigurada en un despojo del demonio
y cuyo aullido nunca podrás percibir
como la antigua y exquisita melodía
que acompañaba a tu esencia.




sábado, 21 de enero de 2012

Lacrimosa

Necesito esta noche tu abrazo.
Mi tristeza se ha tornado amante y compañera
y se alimenta exclusivamente de tu consuelo.
Mi rostro se encharca
y las lágrimas se vierten como cuentas
sobre el hilo de mi alma,
forjando un fastuoso collar de nostalgia.

Esta noche me acurruco
en la gélida cueva de tu ausencia,
y necesito tu beso esta noche.
No, no me calmará ni el arrullo del viento
ni el susurro envolvente de morfeo,
ni el ronroneo de mi delicado gato.

Si mañana no tuviera ni tu beso ni tu abrazo
preservaría cual tesoro en un cofre mis lágrimas
para enviarte una ofrenda al correo de tu recuerdo.

O con perlas que se enhebran sobre el hilo de mi esencia
lanzaría el extremo del collar hasta el valcón de tu casa,
para que así consiguieras deslizarte hasta el alféizar de mi ventana
y destruir este dolor que estrangula mi voluntad y mi empeño
refugiándote eternamente en mi cuerpo y en mi alma,
protegiéndome con tus manos tiernas y mansas.
Aquí, ahora y siempre
perpetuos, inherentes, inmutables,
seremos dos espíritus en una lágrima, en una sola perla
que emana del collar de una esencia.
La misma naturaleza, la misma sustancia, el mismo cuerpo,
la misma entraña.